Pues aún con todo, o quizá por todo, tengo unas ganas de Tartiere, de dar un paso al frente y de darle la vuelta a esto… terribles.
Zygmund Bauman, sociólogo y creador del concepto «modernidad líquida», siempre defendió que la sociedad evolucionaba a una realidad en la que nada es sólido, en la que nuestros acuerdos son «temporales, pasajeros, válidos solo hasta nuevo aviso”. Para muchos era un pesimista, para mí era un visionario, un revolucionario atemporal, porque adelantado a su tiempo quizá se queda corto.
Entre toda esta ‘liquidez’, entendida como cualidad de lo líquido, hay un montón de pequeños grandes islotes que se constituyen como excepciones de las reglas rubricadas por el polaco, que desgranó hasta sus últimos días -su voz se apagó el pasado martes a los 91 años- el carácter individualista de la sociedad y la desigualdad patente en la misma.
Muchos -los que no dejaron de leer en el segundo párrafo- se preguntarán qué tiene que ver esto con el Oviedo, con su Oviedo. O tan siquiera con el momento por el que pasa la actualidad deportiva del club.
A veces, cuando no hay respuestas o cuando no nos compete a nosotros darlas -véase la parcela estrictamente deportiva, donde sólo podemos opinar y habrá decenas de opciones válidas-, hay que plantearse preguntas. Y a mí, que antes que periodista me sentí oviedista, sólo se me ocurre pensar… ¿qué tienen/tenemos que perder?
La del Oviedo es una afición a la que, aún despojándola de todo lo posible, no le arrebataron nada de lo importante. Y es que esto último, lo esencial, es inherente a las personas. Personas que, entre el individualismo que nos caracteriza y la desigualdad de clase, origen o condición que nos organiza, son capaces de minimizar las diferencias hasta llegar a lo puramente esencial, al rasgo común y más sentimental: su equipo de fútbol. Y ese compromiso no es líquido ni volátil, es sólido e innegociable. Por eso esta afición, que ni siquiera se pone de acuerdo para dibujar una alineación, escoger un entrenador o sintonizar una u otra emisora, es capaz de minimizar todo lo que va mal, y de cuidar, con mimo y absoluta unidad, de lo importante, como si de un hijo se tratara. Este hijo tiene miles de padres y madres. Y ese cariño, y también preocupación, es constante.
Por eso cuando cae, cuando se equivoca o cuando va mal encaminado, duele más, se le insiste más, y se le advierte más. Pero en ese mismo momento, cuando va a caer o cuando ya está sobre el suelo, se le insufla en los pulmones más aire, se le tiende más fuerte la mano o se corre en su auxilio con un ‘si tú quieres yo te levanto’ en lugar de un ‘te lo dije’. Por eso un empate cuando se da una lección magistral de ‘huevarios’ sobre el césped es la mayor de las victorias. Por eso, esta afición pite o no, no pide tanto. Solo pide trabajo, actitud y entrega. Aunque sea por contrato y no incondicional, no de cuna o de pación; tanto si es por sentimiento o por profesionalidad, ninguna de las dos son negociables. Por eso tres derrotas consecutivas, cuatro goleadas fuera de casa y una imagen deplorable pueden ser la mayor de las pesadillas para un jugador o un entrenador, pero también pueden ser la mayor oportunidad para empezar a dar lo que hace falta cuando uno se enfunda esta elástica, cuando todo está en contra, lo hayas buscado tú o no.
Por eso no importa si nos pitan o no, quien pite o no, por eso… como dijo Calero en el brindis con la prensa, hay que respetar la parcela de cada uno y ser naturales para con nuestro trabajo. Porque es eso, ‘solo’ un trabajo en comparación con la responsabilidad que entraña desempeñarlo, que es común, sólida y tangible. Eso incluye a los Guardianes del Escudo -aficionados, pa’ los de fuera-.
Natural, como equivocarse, como perder, como los líderes de Hierro… a los que espero ver entrar en acción y me da en la nariz que ya lo están haciendo. Los naturales. Que no son de aquí o allí, son personas sólidas -que no líquidas- que asumen la responsabilidad colectiva desde la individual, y no al revés. Y que ya lo han hecho más veces, que ya bajaron para subir, y no al revés.
Tenemos dos opciones, todos tenemos más de una siempre, hasta en la más absoluta de las oscuridades. Una dejarnos llevar, porque la dinámica es una mierda y las soluciones se antojan lejanas. Otra, dar un golpe -a tiempo- en la mesa. No hay que ser el FC Barcelona para hacer milagros en esta complicada pero retorcida división. Para muestra un -que aún escuece- Osasuna.
Si prácticamente no tenemos más que perder -mal juego, sensaciones nefastas, puntos volatilizados-, sólo tenemos que ganar. Si no tenemos un juego reconocible, tenemos que tener coraje suficiente para que se nos reconozca por él. Empatía suficiente para que los once que pisen el césped jueguen a lo mismo y lo hagan con la misma intensidad, a sabiendas de cuales son las tres cosas básicas que caracterizan el equipo en el que juegan: el orgullo, el valor y la garra. Que de palabra lo sabemos todos, pero convertir las palabras en un lema es otra cosa, y la ausencia de hechos hace que las palabras sufran, se debiliten y clamen por su propia dignidad. Eso es algo que ocurrió el año pasado y que, como no se olvidará nunca, no va a volver a pasar este.
Lo que te hace rocoso y peligroso va por dentro. Tiene más que ver con la dignidad que con el fútbol y espero que lo tengamos dentro. Eso, al menos, nos hará impredecibles.
Pues aún con todo, o quizá por todo, tengo unas ganas de Tartiere, de dar un paso al frente y de darle la vuelta a esto… terribles.